Historia y política    
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José Herrera Peña

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México, octubre 1997


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El PRD prosigue su campaña

Cuauhtémoc tiene diez años de haberse postulado

Porfirio tendrá qué remontar el neocardenismo

Aquí también huele a petróleo

 

Cuauhtémoc Cárdenas todavía no toma posesión de su cargo como jefe de Gobierno del Distrito Federal ni se enfrenta a los dramáticos y graves problemas que aquejan a la capital. Sin embargo, ya está virtualmente postulado como candidato a la presidencia de la República. Durante la campaña que acaba de ganar resonaban los gritos de sus partidarios: "Cuahutémoc, regente, mañana presidente".

En realidad, ha estado postulado permanentemente desde hace diez años. Primero, durante la elección de 1988, y luego en la de 1994. Su participación este año fue para preparar la de 2000. El mismo confiesa: "Me dije que si no lográbamos tener una elección real en el 97 no la tendríamos en el 2000. Ese fue uno de los argumentos que expuse a mi familia cuando tomé la decisión: había que poner de una vez a prueba el régimen. Si no lográbamos tener una elección real, para qué perdíamos otros tres años esperando la presidencial".

No hubo necesidad de perder dichos años. Ganó la elección. Y ahora, a diferencia del pasado, cuenta con la plataforma más poderosa del país para su despegue a la presidencia: el gobierno de la ciudad de México.

Por lo pronto, mientras más se concentre en la administración de la capital, más posibilidades tendrá de concretar sus aspiraciones. Conociendo su trayectoria, es poco probable que utilice su nuevo cargo en función de sus pretensiones políticas. Más bien podría pensarse lo contrario, que ponga sus aspiraciones y sus conocimientos al servicio de la ciudad. Tal actitud lo fortalecerá más aún para alcanzar aquéllas.

No necesita, como el gobernador panista de Guanajuato, de obras espectaculares para obtener el apoyo de la población capitalina sino únicamente mantener la magra infraestructura urbana y, sobre todo, establecer un sistema eficaz de seguridad pública, así como lograr que sus colaboradores no molesten a la gente.

Cuauhtémoc cuenta con dos elementos importantes que le permitirán gobernar la ciudad con éxito. Como ingeniero que es, podrá verificar fácil y personalmente que se realicen los programas de mantenimiento de los servicios públicos y se construyan las obras proyectadas con mayor eficacia y sin grandes despilfarros. Consecuentemente, él sí podrá hacer más con menos.

Además, trae consigo la experiencia que acumuló como gobernador de Michoacán, durante cuyo mandato restableció el equilibrio social en su entidad y se respetaron los derechos de los individuos. Sabe perfectamente bien que la delincuencia organizada -y la no organizada- no es espontánea, sino dirigida y controlada por prepotentes encargados de los organismos de seguridad pública. La pudrición no está afuera sino adentro. Consecuentemente, para combatir al delito no es menester la militarización de la policía sino el saneamiento de sus cuadros medios y altos, así como la discreta vigilancia de la actuación de los nuevos a través de reducidos organismos paralelos y, desde luego, la profesionalización completa del servicio.

Por otra parte, su presencia como gobernador de la capital de la República no será local, como la del gobernador panista de Guanajuato, sino nacional e incluso internacional. No sólo gobernará una gran ciudad sino la capital de todos los mexicanos. Además, su condición de "líder moral" de su partido y su propia personalidad es ampliamente conocida en el mundo entero. Consecuentemente, será el interlocutor permanente del presidente de la República y de otros personajes de la política internacional. De hecho, a pesar de que todavía no toma posesión de su cargo, ya la inició. Por ejemplo, mientras el presidente Zedillo declaraba en Chiapas la semana pasada que todavía está lejano el día en que los zapatistas abandonen las armas y se alcance la paz, Cuauhtémoc replicaba desde París que el conflicto tendrá que solucionarse pronto.

En cuanto a sistemas de apoyo político-electoral, a diferencia de Vicente Fox, que no es el propietario del PAN (pero cuenta con su respaldo y, consecuentemente, con su larga experiencia política, sus sólidos principios -que han adquirido fuerza con la llegada de los nuevos tiempos- y su personal cada vez más juvenil, pujante y eficiente), Cuahtémoc es el dueño del PRD y tiene su apoyo incondicional. Sin embargo, la plataforma ideológica de este partido no es lo firme que sería de desear y la experiencia de dicha organización política todavía es muy escasa.

Habría que recordar que dicho partido no ha gobernado todavía ningún Estado; que en los municipios a su cargo se han cometido múltiples errores administrativos e incluso se habla de casos de corrupción, y que cuenta con muy pocos cuadros verdaderamente capacitados para administrar con eficacia y honestidad la cosa pública.

Sin embargo, no hay duda de que su partido será uno de los grandes beneficiarios del PRI, si se desata en el curso de los próximos dos años la desbandada en ese partido, como se ha pronosticado con frecuencia. Muchos de sus altos cuadros cuentan con la experiencia y la sensibilidad necesarias para apoyarlo en su gestión. Con ellos y con los millares de cuadros medios y cientos de cuadros altos de la administración pública, cuya probidad y eficacia son el honor del gobierno, podrá compensar las carencias de su propia organización política.

En este orden de ideas, la presencia de Porfirio Muñoz Ledo resulta clave para la evolución de su proyecto político. Contra lo que pudiera creerse, mientras Manuel López Obrador -actual dirigente nacional del PRD- es un buen organizador, Porfirio es el artífice que le ha dado aliento histórico al perredismo y al neocardenismo. El triunfo de Cuauhtémoc en la capital de la República se debió no sólo a sus indiscutibles méritos personales sino también en buena parte a la enorme influencia que ejerce Porfirio en el Distrito Federal.

Como resultado de lo anterior, el mismo Porfirio es también un candidato lógico del PRD a la presidencia de la República, lo que podría orillar a Cuauhtémoc a pensar que, antes que a sus adversarios de los otros partidos políticos en la elección nacional, tendrá que vencer a Porfirio en el plan interno. Esto es parcialmente cierto; pero también parcialmente falso.

Por lo pronto, ya lo derrotó este año en la elección a gobernador del Distrito Federal. No obstante las dotes magistrales de Porfirio, le arrebató la mayoría de votos para obtener su candidatura. Sin embargo, él sabe muy bien que la campaña a la presidencia de la República es otra cosa. Aquí tendrá que derrotar de antemano a sus adversarios de otros partidos antes que a Porfirio.

No es así en el caso del propio Porfirio. Para él, la lucha dentro de su propio partido será mucho más difícil que fuera de él. Remontar la corriente neocardenista sin lesionar el sectarismo de este grupo requerirá de su parte poner en juego todas las facultades y habilidades de las que es capaz.

Consecuentemente, las relaciones entre Cuauhtémoc y Porfirio tendrán que ser una de las más altas prioridades de los dos. Basarlas en los celos o el temor de que uno se adelante al otro sería un gran error. Si lo comete alguno de ellos, es posible que sufra un revés de incalculables consecuencias. Sería el último de su carrera política. En cambio, si comparten generosamente penas y glorias, no sería difícil que ambos se fortalezcan mutuamente. En última instancia, si se trata de ganar o de perder, es preferible que ocurra frente a un aliado y correligionario de la estatura cualquiera de los dos, que frente a cualquier otro de un partido distinto.

Finalmente, ambos se necesitan para enfrentar el reto del destino. Todo parece indicar que en lo sucesivo el adversario a vencer no será el PRI sino el PAN. En aquél hay barruntos de división interna que va a ser extremadamente difícil superar. Es posible que la nueva política económica que se produzca en los próximos días la Cámara de Diputados traiga consigo repercusiones externas que exacerben tal división y dicho partido se presente muy maltrecho a los próximos comicios.

Pero también es posible que el PRI llegue a conjugar las tendencias que se agitan en su seno, que la actual administración eleve substancialmente el nivel de vida de los mexicanos tanto en lo material como en lo cultural y en lo moral, y que aproveche y explote el talento de sus habitantes, de tal suerte que en lugar de que éstos sigan buscando la frontera se queden en sus lugares de origen e incluso regresen los mexicanos que se han nacionalizado norteamericanos. El escenario es difícil de concebir, pero podría darse. En cuyo caso, el adversario a vencer tendrá que ser el PRI, no el PAN.

Entre los dos casos anteriores podrían aparecer situaciones intermedias distintas que agregarían complejidad al problema de la sucesión, sin contar con la influencia que ejerzan en su momento los factores externos. Además, está la cuestión del petróleo. ¿Cuál es la solución que debe darse a este delicado y grave asunto? ¿Mantener la estatización como se ha hecho hasta la fecha? ¿Aceptar su privatización como ha querido hacer el gobierno desde hace mucho tiempo y lo sostiene el candidato panista Vicente Fox?

En esta ocasión, lo que se decida en torno al destino del petróleo mexicano determinará el destino de la sucesión presidencial.

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